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Tantoyuca y la Huasteca veracruzana en el siglo XIX

Sabemos que el abuelo Manuel nació el 17 de junio de 1877 en Tantoyuca, así que ahí nos situaremos espacial y temporalmente para iniciar la travesía. El nombre del lugar proviene del vocablo en lengua tének «tan-tuyik», que significa “lugar de cera” o “lugar de cera de abeja”, es una ciudad con profundas raíces indígenas y una rica historia que se remonta a tiempos prehispánicos. Esta localidad fue un importante asentamiento de los tének o huastecos, descendientes de los mayas, y una de las culturas más antiguas de Mesoamérica, caracterizada por su arte escultórico y sus complejas estructuras sociales. Posteriormente, durante la época mexica, Tantoyuca fue conquistada y tributó al imperio hasta la llegada de los españoles en el siglo XVI.

Tras la conquista, la ciudad fue incorporada al dominio colonial español, y aunque la cultura indígena se transformó por la evangelización y la imposición del nuevo orden, muchas tradiciones y lenguas –como el náhuatl y el tének– aún sobreviven en la región. Tantoyuca fue oficialmente fundada como municipio en el siglo XIX y desde entonces ha sido reconocida como un centro político, comercial y cultural en el norte del estado de Veracruz.

Geográficamente, Tantoyuca se ubica en la región norte de Veracruz, formando parte integral de la llamada Huasteca Veracruzana, una subregión de la vasta Huasteca que se extiende por varios estados del oriente mexicano. Su ubicación le confiere una rica diversidad biológica y cultural, así como una fuerte identidad huasteca reflejada en sus danzas, música, gastronomía y fiestas tradicionales. Rodeada de montes y cañadas, su clima cálido y húmedo ha favorecido una agricultura diversa y una conexión estrecha con la naturaleza.

Temporalmente el contexto histórico en México y la Huasteca era el siguiente:

  • 1800-1821: Últimos años del Virreinato de la Nueva España. Se vive un ambiente de inestabilidad social por las desigualdades económicas y raciales, mientras crecen las tensiones independentistas.
  • 1810-1821: Guerra de Independencia. En zonas como la Huasteca, aunque alejadas del centro político, hubo presencia de movimientos insurgentes y resistencia local durante la proclamación del primer imperio bajo Agustín de Iturbide y luego de la primera república de Guadalupe Victoria.
  • 1821-1857: Primeras décadas del México independiente, con guerras internas, cambios de gobierno frecuentes y conflictos entre liberales (partidarios de la reforma y de la república) y conservadores (partidarios de la monarquía y abocados a fortalecer la Iglesia).
  • 1857-1861: Guerra de Reforma entre liberales y conservadores, afectando redes de poder regionales. Inicia a la llegada de Benito Juárez a la presidencia en 1858, un año después de haber sido promulgada la constitución de 1857, una legislación muy avanzada para su tiempo ya que incorporaba principios liberales como la libertad de expresión, la libertad de culto, y la educación laica y gratuita. Además, prohibía que las corporaciones civiles o eclesiásticas poseyeran bienes raíces, afectando directamente a la Iglesia Católica y a las comunidades indígenas.
  • 1862-1867: Intervención Francesa y Segundo Imperio Mexicano bajo Maximiliano de Habsburgo. En el norte de Veracruz hubo guerrillas liberales resistiendo la ocupación francesa.
  • 1867-1876: Restauración de la República una vez que Benito Juárez regresa al poder en 1867 tras la caída del segundo imperio y la ejecución de Maximiliano. Se caracterizó por esfuerzos de reconstrucción nacional, consolidación del liberalismo y conflictos políticos internos.
  • 1876-1911: Porfiriato. Con Porfirio Díaz en el poder, se busca la «paz» y «orden» bajo un régimen autoritario, con un modelo económico de expansión agrícola, ferrocarriles y concentración de tierras.

Estructura social, poder y alianzas familiares en Tantoyuca

A lo largo del siglo XIX, la Huasteca Veracruzana —con Tantoyuca como uno de sus principales núcleos— evidenció una composición social profundamente estratificada. La región estaba habitada mayoritariamente por mestizos, comunidades indígenas tének y náhuatl, así como afrodescendientes dispersos. Sin embargo, el poder económico y político recaía en unas cuantas familias criollas o mestizas que dominaban la vida rural. Estas élites ejercían un control vertical sobre el resto de la población, respaldadas por la propiedad de la tierra, la cercanía con las autoridades y el acceso a cargos municipales o cantonales.

La economía local giraba en torno a la agricultura y la ganadería. Productos como el maíz, el tabaco y la caña de azúcar sostenían el comercio regional, aunque con el avance del siglo, y sobre todo bajo el régimen de Porfirio Díaz, se impulsó el cultivo de productos de exportación como el hule y el café. Este auge productivo favoreció de manera casi exclusiva a los grandes propietarios, dejando de lado a las comunidades indígenas y a los pequeños campesinos.

La Ley Lerdo, llamada así por Miguel Lerdo de Tejada, el presidente interino que la promulgó en 1856, fue una de las transformaciones legales impulsadas por el liberalismo que ordenó la desamortización de bienes comunales y eclesiásticos, obligando a comunidades indígenas y otras corporaciones a vender las propiedades que poseían desde tiempos anteriores a la colonia. En la Huasteca, aunque en teoría era posible que los indígenas pudieran rehacerse de tierras a través del condueñazgo como estructura intermedia entre el sistema comunal y el individual, no podían competir económicamente frente a hacendados criollos y mestizos. Ello facilitó la apropiación de tierras por parte de las familias ya privilegiadas. La Reforma, pensada para modernizar al país, terminó por marginar aún más a los pueblos originarios de la Huasteca, que quedaron expuestos a la lógica del mercado y del despojo.

En ese contexto, las familias de propietarios que habían iniciado un proceso de acumulación de tierras mediante compras y arrendamientos conformaron sociedades organizadas en función de las alianzas matrimoniales, las cuáles jugaron un papel crucial en la configuración del poder en Tantoyuca. Las uniones entre descendientes de familias prominentes no eran simples decisiones domésticas, sino herramientas políticas y económicas. Estas bodas concertadas permitían ampliar el dominio sobre tierras, asegurar herencias y construir redes de lealtades útiles frente a los vaivenes políticos, las rebeliones locales o los cambios de régimen.

La repetición de apellidos en los cargos públicos y registros de propiedad —Ostos, Herrera, Llorente, Jáuregui— ilustra cómo el poder se reproducía por vía familiar. Incluso algunos enlaces fueron diseñados para estrechar vínculos con figuras militares o autoridades estatales, integrando a Tantoyuca dentro de circuitos de poder que rebasaban los límites de la Huasteca.

Con la consolidación del Porfiriato, estas mismas familias supieron adaptarse al nuevo régimen. El gobierno de Díaz les confió jefaturas políticas, les otorgó concesiones sobre tierras recientemente desamortizadas y, mediante obras de infraestructura como caminos o líneas telegráficas, les brindó ventajas logísticas para expandir sus intereses comerciales. Lejos de debilitarse, el viejo orden rural se fortaleció bajo una fachada de modernización que en realidad consolidó el dominio de las élites tradicionales. En el tránsito del siglo XIX al XX, Tantoyuca fue tanto un escenario de conflicto como de continuidad, donde los clanes familiares heredaban no solo tierras y apellidos, sino también la llave del poder local.

Ese es el contexto entonces en el que los padres y abuelos de Manuel vivieron. Se abren así las siguientes interrogantes: ¿qué papel jugaban los Azuara en la sociedad? ¿En qué estrato se movían? ¿De dónde venían? Estas preguntas las abordaremos en las siguientes entregas.

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